lunes, 10 de junio de 2013

De notificaciones y me gustas tú


Mi querido y apreciado primo Luis Felipe, pintor creador y poeta ácido-romántico, me sorprendía, hace unos días, con unas declaraciones sobre el botón "me gusta" en su bien pintado muro de Facebook. Colaboré comentando y me divertí mucho interaccionando en el análisis de sus amigas (eran féminas la mayoría) rápidas, inteligentes y viperinas. Su opinión y la conversación generada me dio pie mental para un post que hacía tiempo que se cocía dentro de mi. Decía Luis felipe: 

"El botón de "me gusta" adquiere varias funciones: "calientapollas provocando innumerables tensiones sexuales no resueltas" "te llamo estúpido y si te ofendes le doy a me gusta para mostrar arrepentimiento sin tener que pedir perdón porque mi orgullo solo me deja hasta ahí" "no te presto atención en la puta vida pero cumplo contigo dándole a me gusta en tus posts que no me leo" "me gusta todo lo que posteas hasta el punto en el que me dejaría escupir por tí""

Reí mucho, como digo y he de reconocer que lo que él dice no se ajusta para nada a mi ser virtual. debe ser la edad. Si no te gustan las notificaciones en tu perfil de Facebook puede que tengas de amiga a Carolina Caligaris, compartas algún grupo secreto con ella o no hayas desactivado bien los "avisos por si tu abuela estornuda". Si consigues respirar y verle la parte divertida a la naif Carolina (le gusta toooooooodo lo que postees, tú o cualquier ser vivo) y configuras bien tu cuenta, entonces si no te gustan las notificaciones que recibes, borra tu perfil de Facebook.

Hace unos 10 meses el botón "me gusta" no existía o se usaba bien poco. Ahora cuando me levanto por la mañana y me encuentro hasta 23 notificaciones y dos mensajes me da el alegrón padre aunque luego de las 23, 14 suelen ser de Carolina gustándole todo lo que puse la noche anterior. A más pongo, más le gusta. Si fuera varón me preocuparía seriamente. El resto de las notificaciones suelen ser "me gusta"´s de diferentes personas aunque tengo algunas abonadas cual Canal Plus, como la  siempre fiel Elvia Lema. Al final quedan tres. Las tres notificaciones de los irreductibles de la palabra. Los comentaristas de primera linea. Los grandes geniales. Ellos saben que me tienen el corazón robado. No voy a darles jabón público. Estas cosas se hacen en la intimidad de la chat room.

Siempre gusta, siempre, que alguien guste de lo que escribes o publicas. Lo malo es que muchas veces no entiendes como a alguien en particular le gusta algo que tu pusiste o cómo lo llegó a ver en su página inicial. Las opciones son que estaba conectado en el momento que tu posteabas o, no siendo de mis habituales interactivos, Facebook le ofreció mi perla por error. Incluso en caso de franca sorpresa, me gusta y halaga. Hacer "click" (tengo que averiguar si se puede decir "clicar") a "me gusta", de un modo básico, quiere decir dos cosas: Una que te he visto (que lo sepas). La otra que me ha llamado lo suficiente la atención como para regalarte mi dedo de Cesar alzado. Benevolencia y calor virtual.

De unos meses para acá se ha plagado mi muro de "me gustas" (me gustas mucho, me gustas mucho tú, turuturu tú) y eso que estoy más críptica que nunca. Hasta yo misma cuando me releo me pierdo y pienso "¿Qué quería decir yo?".  He deducido que la gente de la que me amigo está en mi mismo rio. Llámalo crisis, llámalo perdida. Cuando en mi página principal veo cosas que me chirrian me desamigo. Cuando alguien me comenta en el mundo exterior "anda que el otro día lo que pusiste... jajajaj, tal y pascual" haciendo referencia a algo que yo había puesto pero esa persona no había comentado, me desamigo. Me da rabia la gente chupoptera de Facebook que no me aportan nada. Dime soberbia pero es mi Facebook. Es mi intimidad y se la vendo a quien yo quiera, como comenté en otro post. No necesariamente al mejor postor pero si al mejor corazón.

Se clica (voy a usar este verbo hasta que Angeles Kotelos diga lo contrario) con un "me gusta" un texto, una foto, una canción o un enlace cuando: Te gusta (a veces la persona posteadora, a veces el posteo, a veces las dos cosas); cuando esa persona hace años que no pone nada y le quieres querer decir "Ei! tú por aquí. Que alegría saber de ti"; cuando no te gusta pero te sientes totalmente identificada con el tema; cuando te partes de la risa con la ocurrencia; cuando estás en una conversación y esa persona te da y tú le das; cuando te mencionan con el @ incluido en tu nombre obligandote a leer el post; cuando te pones tierna al leerlo; cuando te gustaría estar allí y no aquí; cuando piensas "ojalá lo hubiera dicho yo antes"... Y hay veces, algunas veces, que pasan esas cosas y no clicas. No vaya a ser que alguien piense que eres Carolina Caligaris y te empice a bloquear por acosadora virtual.

¿Sabeis que? Vivan las Carolinas de este mundo. Nos provocan sonrisas y nos ablandan el corazón. Y aunque mi corazón es un musculo sano que necesita acción, cantaba Calamaro, a veces se pone muy duro. Dame paz y dame guerra y un dulce colocón. ¡Qué tonto el corazón!. Gustémonos gente.

miércoles, 5 de junio de 2013

La primera vez


La primera persona vegetariana lo suficientemente cercana a mí como para que recuerde su nombre fue mi ex cuñada Sheila. La conocí hace más de diez años y en aquel entonces España era radicalmente tercermundista en el asunto vegetariano. No se sabía que había distinciones entre unos y otros y, en general, se pensaba que era una opción de salud y que si apartabas el trozo de pollo de la paella, el arroz te lo podías comer y que además el calamar no es carne ¿no? ¿Pero tú no eras vegetariana? ¿Por qué no te puedes comer el calamar que no es de carne? 

Sheila era vegana. No comía ni huevos, ni leche, ni sus derivados, yogures, mantequilla, nata, helados etc. En España con una dieta así a finales de los materialistas 90 estabas bien jodido para comer algo fuera de casa que no fueran espárragos plancha, champiñones al ajillo o pimientos asados. En un restaurante le llegaron a servir una paella de verduras hecha con fumet de pescado y la cara de ella, que venía de San Francisco, USA, fue todo un poema.  No hablaba ni una patata de español así que me tocó hacer de intermediaria y mentirle diciendo que las berenjenas rebozadas que acababan de llegar a la mesa en una tasca inmunda de La Latina en Madrid se había frito, "of course", en una freidora diferente que los boquerones que se zampaba mi hermano de dos en dos.

Deduje que las veganas estaban un poco chaladas aunque ella me caía muy bien. Era vegetariana desde niña pues su madre era vegetariana. Su padre, en palabras de mi hermana Cristina que lo conoció en San Francisco, era un calco de Homer Simpson. Huelga decir que estaban divorciados (¿Homer versus vegana?). En aquel entonces me intrigaba algo los motivos pero no tanto como para darle más carrete a Sheila del ya necesario.

En mi vida me he encontrado con clientes y compañeros vegetarianos en el transcurso de mi trabajo. Me he dedicado a solucionarles el problema e incluso a adelantarme a sus necesidades. Si sabía que había musulmanes en un grupo pues iba a cocina a ver cuál era la opción u opciones que había. Ensalada de lechuga y tomate de primero y parrillada de verduras de segundo. Un planazo, vamos. Oye que los musulmanes no comen cerdo pero pollo si, y los alérgicos al marisco pueden tomar pescado. No hay que darles también la parrillada y al celiaco ¿porque le das la ensalada si el primero que está tomando el grupo no tiene gluten?  Es igual. Los “raros” caen en el mismo saco. Que no toquen los cojones o que se queden en su casa. Esa es la frase que en un 90% de las veces me he tragado en eventos propios y ajenos. Celiacos y diabéticos si, vegetarianos tocacojones no. Un vegetariano lo es por pose. Porque podría no serlo. Es opcional, ¿no?

Casi el 90% de los vegetarianos que me he encontrado trabajando son bastante flexibles. Saben que van a comer fatal y están resignados. Si en vez de preguntarle “¿Es usted EL vegetariano?” como si fuera un apestado le sonríes al hacerlo, a veces, la que se sienta a su lado me ha hecho la gran pregunta americana (me suele pasar bastante con yankies) “Which is the vegetarian option?” Y, claro, aquí en España, en catering (no hablo de restaurantes donde si hay opciones), no hay “option”. O lo has pedido antes o no hay tu tía para ti. “¿Lo eres o no?” porque si no lo eres te vas a comer solomillaco de ternera quieras o no y después de llevar 10 días de congreso lo que quieres es ir a la cama máximo con una sopa en el cuerpo. Pues no. No option.

Yo a mis compañeros los tengo bastante fichados a nivel gastronómico. A los que no comen nada. A los que si no comen antes de la una no rinden. A los que les sienta mal el pan y, por supuesto, a los vegetarianos. Me acuerdo de un evento a otro, así que, cuando sé quien está trabajando esa noche, voy a cocina a informar. “Oye que si os sobran opciones vegetarianas del cliente, que en el staff, por favor, hay dos vegetarianos y 8 frutas de postre, por favor :)” Solo quieren el coulant de chocolate alguna que esté en un momento álgido del mes o si hace mucho frio o se tiene más hambre un que caracol en un espejo. Si no es en esos tres supuestos, todos queremos fruta de postre.

Tengo, pues, una predisposición hacia el débil, el diferente, el especial, al que la gente tiene tirria por eso mismo “Es que VA de especial”. Con no digo con amor (no lancemos las campanas al vuelo), sino con cariñete, es tan fácil cambiar la cena de gala de alguien por algo especial que a mí no me cuesta nada hacerlo, y como nadie lo suele hacer, casi todos se acuerdan de mi de un evento a otro. Ah, no, me dicen que es por el por culo que doy habitualmente. Puede ser.

Al tener a mi hijo hace ya 6 años me volví una chalada de los productos naturales y declaré la guerra a las carnes envasadas y a los huevos de gallina puteada. Salían carísimos comparados con los productos “habituales” en las líneas del supermercado. Pero por mi hijo mato y pago. Al llegar a Gavá tuvimos la suerte de descubrir que estábamos rodeados de payeses y huertos por doquier. Producto “kilometro cero” pasó a ser mi obsesión. El agua de Fuji bebida aquí y no en Fuji, mi enemigo acérrimo.

Mi amiga Angels fue la que me despertó la conciencia. La conciencia de qué comemos y porqué lo comemos. Se puede elegir y tienes derecho a hacerlo. La conocí como carnívora hace años y hace dos la re descubrí como vegetariana. Me puse a investigar. Curiosidad mortal. Paciente como pocas cosas, mi Angels, se tiró muchos congresos contándome batallitas personales de porque si y porque no, de que si que le gusta el jamón pero que no se lo come y de que por qué no se lo come aunque le guste (momentazo muslo, ¿te acuerdas Angels?). Sonriendo con tranquilidad zen, y contestando a todo. Yo dándole la murga e intentando comprender. Luego descubrí a Luisa, otra compañera de trabajo también muy centrada y feliz y vegetariana. Niñas con carácter. Niñas con brío. Nada de lánguidas a las que le falta sangre (es lo que decíamos de Sheila, eso y que le debíamos pasar un bocata de chorizo, angelico…). Pedazo de tías. Y sonriendo y sin desfallecer. ¿Cómo aguantan sin comer carne? Debe ser el yoga, pensé.

Hace un año estuve retirada tres días de circulación en un sitio en el que desconecté por completo del exterior y entre otras cosas desayuné, comí y cené vegano. Eso quiere decir que no había leche para un café con leche aunque el cachondo de Tomás cada poco decía “¿Hace un cortadito?”, ni había mantequilla para las tostadas y el arroz no se hacía con fumet de pescado, ni había quesos, ni siquiera tortilla de patatas. Salí pletórica. Espiritualmente me vino de cine el sitio y el taller que impartió Carol, pero corporalmente me sentí bastante mejor.

Poco a poco ha ido calando y de repente un día me encontré hablándolo con una amiga que no era vegetariana y decía “Estaría genial, ¿verdad?” Y ¿Por qué no? El porque si lo tenía clarísimo. El porque no también. Era miedo al qué dirán. Mi familia, mi circulo más cercano (el lejano me importa un pito, claro está), mi circulo profesional, porque claro, tengo un catering, vendo solomillos y ¿no los como?.

Me di una bofetada en mi alma guerrera y luchadora cuando asumí que lo único que me separaba de intentarlo era el miedo. Miedo al qué dirán y al fracaso de intentarlo y no lograrlo. Estúdialo Ana, me dijo alguien. Hazte un análisis de antes y después por si te falta una vitamina a las pocas semanas. Jesús, ni que fuera a irme de expedición a Marte en cohete.  Basta ya, pensé.


Un domingo me pasaron los mejillones por delante, mejillones que por otro lado me encantaban y no cogí ninguno. Como en las comidas familiares priva mucho “el tonto el que no lo lea”, los mejillones volaron y nadie se percató que yo no tomara. La fideuá me la comí con caldo de pescado, obvio, pero no me comí muchos animales, ni rape, ni escamarlanes. Esa noche cené ensalada. Aquella fideuá a trozos fue la última comida no vegetariana que hice. Hace ya dos meses y medio.

Salud y vida. seguiré informando de la nueva actividad.