lunes, 30 de septiembre de 2013

Esa soberbia puñetera....

Tengo muchos, pero del que más me arrepiento, del que soy más consciente, del que cuando lo veo en alguien cercano a mí me repatea las tripas, el más odiado, el más enquistado en mí, de todos los pecados capitales, mi talón de pobre Aquiles es: la soberbia.

La palabra pecado también me enerva así que debería empezar a usar la palabra defecto en contra de virtud. Virtud no es eclesiástico, ¿o si? ¿Qué hay en la iglesia en contraposición a los pecados? ¿Nada? ¿Virtudes? Pero las virtudes son humanas, como los pecados. Si, pero los pecados, aunque humanos cometidos, son pecados por los ojos del Dios que lo juzga. Touché Dios. Solo cosas malas para castigar. (Aquí espero a un Enrique para debatir)  

Lo que me enrabia del tema eclesiástico es la culpa y el lenguaje. Me he criado en la cultura cristiana, apostólica y romana, por lo que mi lenguaje está plagado de Dios míos, Jesús, María y José, penitencia, santos, los nombrados pecados, arrepentimiento, confesión y un sinfín de palabras más del cotidiano día a día arraigadas en mi lengua y mi corazón.

Como últimamente escribo mucho y tengo un público de lo más diverso (en el blog, en face y en guasap) trato de cuidar mi lenguaje para no ofender cosa que no siempre consigo. Me cuido de mi lenguaje personal y del de los otros. Ahí me sale el puntito de soberbia castigadora justiciera (que no educadora) contra las faltas de ortografía de los otros. Me "carteo" con gente que ya acabó la escuela básica por lo que las faltas ortográficas son inaceptables (solo la canguro de Luc aún anda en el colegio y a ella le voy a dar un margen para empezar a tirarle de los pelos). El vocabulario se gana leyendo y eso no se le puede echar en cara a nadie. La falta de lectura, mi personal opinión, es directamente imputable a los padres. Si un hijo no ve que en su casa (que es su mundo real) se lee, si su madre jamás cogió un libro o un periódico delante de él, si por la noche no cayeron cuentos leídos con voces teatrales, entonces, ese niño, difícilmente será un niño lector y menos aun un adulto lector.

Los libros pierden lectores se pierden según estos crecen. Lo bueno es que, al crecer, los libros ganan escépticos, pacientes y permisivos. Esa tontada de que si cuando eres joven no eres de izquierdas, es que no tienes corazón y si a los 40 no eres de derechas, es que no tienes cabeza, obviamente la dijo uno de derechas.  Yo me debí dejar la cabeza en el culo pues cada día tengo menos de una y más del otro. (Esto va a levantar ampollas pero quien tenga ovarios o testículos que me lo discuta. No quedarse callados que yo lo hago público. No me da ninguna vergüenza). Mi mayor permisividad pasa por intentar ponerme en la piel del otro cosa que de adolescente jamás hacía. Pero... ¿de derechas? Jamás. Ni por la puta economía (perdón por la palabra economía)

La soberbia, de lo que iba este post. La soberbia me puede. Ese sabelotodismo que me rodea en alma y lenguaje corporal y verbal me mata a mí misma. ¿No me podré estar callada? Hoy analizaba una frase-opinión que di al azar y sin que me la pidieran sobre el gusto musical de una persona. Bueno. Me puse… que ni estuviera yo cursando bachillerato musical que empezó mi hermano Andrés. Lo mejor de la historia es que a la persona que le lanzaba mi perorata se la pelaba bastante mi opinión (musicalmente hablando). No me lo hizo saber en plan yo. No. Sonrió y siguió a la suya. Y yo me quedé con un “Pero bueno!!!” y unas ganas de seguir argumentando tremendas. Sencillamente para esa persona mi opinión no era válida ni estaba muy fundamentada (a decir verdad). A mí el gusto musical de esa persona me la pelaba bastante (siguiendo con el lenguaje soez y vulgar que me caracteriza, no nos pongamos muy académicos) así que ¿Cuál era el motivo de mi subida de gaseosa?  ¿Qué ganaba yo con aquello? ¿Me hacía bien ese aire de sabelotodo, autosuficiente y tratar a toda costa de quedar por encima del agua como el aceite? Ya puedo contestar (días después) que no. Quedé como la imbécil que soy. Esta persona de la que hablo ni se acuerda, seguramente, de la anécdota pero yo sí que me acuerdo. A la que le envenenó el comentario gratuito fue a mi.

Últimamente me analizo mucho. Los comportamientos, las emociones, los pensamientos, lo que está y lo que no está. Me sirve para darme cuenta de cómo de equivocada he estado durante 40 años y que al cambiar de opinión el mundo alrededor no se resquebraja (como cuando me hice vegetariana. Al 98% de los que estaban a mi lado se la peló, creo que solo le afectó a mi hijo), el mundo sigue su rueda que te rueda aunque yo ya no coma carne. "Ah, pues qué bien para ti". Suele ser el comentario mayoritario. Así que … si no pasa nada ¿para que muero en el intento de convencer y de demostrar mi supuesta superioridad?. ¿Y quién me ha dado el poder de ser yo la superior? Sólo y exclusivamente mi puta soberbia.

Ah! Queridos, reflexionemos. Yo me lo guiso yo me lo como. Bueno. Está bien lo que bien acaba. Reconociendo y agachando la testa una está mucho más guapa. Perdonándose y dejándose ser muuucho mejor.

Feliz lunes lunero de amor    


jueves, 26 de septiembre de 2013

El tremendo encanto de lo sencillo

Comiendo con mi siempre amado amigo Xavi salió a colación lo simple. “Perdona” se interrumpió así mismo en la conversación “Quise decir sencillo”. Le sonreí. Me sonrió. Añadió: “Lo sencillo no es siempre simple. A veces es bastante complicado de conseguir”.

Conseguir. Desear. Anhelar. Atrapar. Las canciones más hermosas y conmovedoras son aquellas que sencillamente te tocan el corazón o la parte inferior del vientre, donde nacen las mariposas.  “Give peace a chance” (Dad una oportunidad a la paz) no puede ser más sencillo, pero, es obvio que no es simple. Treinta años después de escrita siguen sin hacerlo. No le dan la oportunidad. Las películas, los cuadros, las emociones, las personas, las matemáticas, la gastronomía…. El dos y dos son cuatro. Si, pero no siempre. Si, es verdad, pero cuando son solo cuatro y nada más (y nada menos) es una autentica maravilla. En ese cuatro descansas. Confías. Te relajas. Disfrutas de la neutralidad. Del ser y del estar. De que sea una roca. De la estabilidad. No es a veces tres y otras cinco. No. En el sencillo sistema decimal, dos más dos siempre serán cuatro. Sencillo y nada simple.

Conversábamos Xavi y yo, que hacía casi un año que no lo hacíamos cara a cara en una cafetería cercana a Paseo de Gracia, de este tremendo 2013 para cada uno de nosotros.  Él ubicado en su India donde cada día se despierta pensando ¿Qué pasará hoy?  Yo plantada en mi Gavá descubriendo en el pueblo nuevos rincones con flores lilas.

A mí me ha pasado que, con toda la vorágine de acontecimientos soportados y provocados, ocurridos sin orden ni concierto, a veces como auténticos maremotos, y otras como una perfecta calma tras la tormenta de una manera que no podía ser otra y sino esa; me ha pasado, pues, que lo sencillo ha sido el único nudo de desenlace. Lo complicado se me atascaba. Lo farragoso se ponía cuesta arriba. Lo que era fuego, desbarataba. Lo que brillaba como acero, dolía. Lo que se prometía oro, fue hojalata. Pero al final, al descansar y cerrar los ojos, la madera resultó ser eso: Madera. Las manzanas, manzanas y las peras, peras.

Una manzana es muy sencilla. Crece en cualquier parte. De mil variedades y formas. En todos lados hay manzanas. Las hay insípidas. Tontucias. Brillantes pero secas y sosas. Rojas engañosas. Arenosas. Ácidas y cabronas. Pequeñas y mezquinas que no dan su zumo a torcer. Pero, ay!, cuando una manzana te sale redonda…. Se te planta en el bajo vientre, allá donde nacen las mariposas y quieres que sea eso, una manzana. Que te refresca desde el primer mordisco. Y te sacia al acabarla. Y te llena de agua. 

Y cada bocado está más bueno que el anterior. Y te comes la piel y las pepitas y hace falta. Y no se te clava en las encías. Y te hace clack en la boca y en la cabeza. Y, lo mejor de una manzana, es que no va de piña tropical. Una manzana es una manzana y encantada de la vida de servirte. No te la comas con mucha ansia o te sentará mal. Pero, ahí no es la manzana. Ahí eres tú. El tempo de lo sencillo, su deleite y paladeo no corresponde a la manzana. Corresponde a quien la recibe. Siendo un regalo tan perfecto solo puedes actuar de un modo. No lo compliques. No lo analices. Disfrútala. Mañana no tendrás manzana. Habrá otras. Otras frutas. Mañana quizás ya no estés tú.

Be nice. Be easy. Don´t be simple (Se amable, hazlo fácil, no seas simple). Feliz jueves de pecado.   

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Mejor sola

¿Qué mal acompañada? Ni siquiera. Mejor Sola. Este es mi gran descubrimiento del año. Ni siquiera ser todo lo vegana que puedo ser, supera el tema “no estar acompañada”. Ni el yoga. Ni la concienciación social. Ni la terapia personal con una profesional. Ni los cambios en mi persona. La visión real de la soledad en el ser humano es lo que me ha dejado boquiabierta en este fantástico 2013.

Desde que recuerdo, la visión, no sólo de las relaciones de los demás si no las de uno consigo mismo, han pasado en mi cerebro marcadas por la sociedad, las películas, las canciones, los libros, los ejemplos de padres y amigos y, cómo no, el terrible vocabulario.

Las frases “ser una solterona”, “quedarse para vestir santos”, “no ha podido rehacer su vida”, “no tiene perrito que le ladre” y “no hay quien la/le aguante” tienen un toque tan peyorativo, negativo y amargo, que una, sin mucho análisis, tiene que deducir que estar en soledad es una auténtica mierda.

En mi adolescencia “el ser rara” equivalía al “no hay quien la aguante” por lo que tardé tiempo en encontrar a alguien “que me aguantara”. Yo era rara, claro está. Y quería encontrarlo. Vaya si quería. Lo triste era que muy probablemente no lo quería por amar. No (no sabía nada del amor romántico). Lo quería por ser aceptada. A mí no me habían besado. A mí no me habían “pedido de salir”. Ni siquiera tenía la absoluta certeza de haberle gustado a algún chico de un modo especial. Claro. Si le hubiera gustado a algún chico de un modo especial este me hubiera escrito alguna carta (de moda en los 80), me hubiera dicho algo, se lo hubiera dicho a mi mejor amiga, me hubiera intentado besar, se hubiera plantado debajo de mi ventana con un radiocasete a todo volumen y me hubiera rogado que no me marchara del pueblo a la universidad de Harvard sin decirle que le quería. Esto es. Me esperaba lo que veía en las pelis. Lo que mis amigas me fantaseaban.  Y yo, bonica era, con una fantasía de otra persona me hacía mi mundo Michael Ende particular.

Tardé, para los cánones de la época, bastante en que me besaran y mi primer beso fue un horror y mi primer “¿Quieres salir conmigo?” (justo dos semanas previas a ese beso) fue un espanto. Es igual. A partir de ahí busqué mi Serendipity en cada chico que me hacía tilín. Me enamoré. Me dejaron. Dejé. 

El rosario de perlas habitual de veinteañera. Sufrí lo indecible. Disfruté lo inenarrable. Narré a amigas y primas lo inexplicable y gracias a ese amor desgarrador decidí ser escritora. Nada mejor que escribir sobre algo que a todos les pasa.

Pensé que el amor tenía que ser así. Así me lo habían enseñado. Así me lo contaban. Así lo vivía yo. A mi alrededor las únicas personas “adultas” sin pareja era gays (ocultados encima, como si fuera vergonzoso) o realmente amargantes con patas. Yo no era gay. Yo no quería ser amarga (lo soy un poco, la verdad). Había una persona a la que yo admiraba por inteligente, con gran carácter y maravilloso modo de vida. Una madre separada divina. Pero decidió quitarse de en medio de la vida nunca supe si por qué no logró aprender lo que era que la hubieran dejado por otra.  Me pareció terrible que alguien a quien yo admiraba y que me hubiera gustado ser se eliminase de un plumazo de la tierra. Así que hay que transformarse para ser lo que los otros esperan de ti y conseguir ¿lo que tú esperas de ti?

Hay que estudiar, trabajar, triunfar, tener un hijo, tener pareja, tener coche… casa…. ¿De verdad “hay que”? Hay que ser feliz. Mira en eso si estoy de acuerdo. Pero para ser feliz no hay que amar a un hombre. No hay que tener pareja. No hay que tener un proyecto de vida en común con alguien. Ni siquiera hay que tener un hijo (y mi hijo es una de las mayores fuentes de felicidad en mi vida, a sus 6 años). No. Para ser feliz hay que amar. Hay que amarse a uno mismo.

Decía el gran Kilian Jornet que la montaña con otra persona es intensísima. Puedes compartir con esa persona los sentimientos y emociones que te embargan en la cumbre pero estás tan pendiente de esa persona (de sus reacciones, de sus emociones, de su seguridad) que no estás pendiente de ti. Se te escapa lo que la montaña hace por ti. Lo que te ayuda a interiorizar, a pensar, a decidir, a disfrutar plenamente. En soledad la montaña te ayuda a crecer.

Los niños no pueden estar solos. Los adultos sí. No es ninguna pena. Es totalmente necesario. Es gratificante realizar cosas por uno mismo. Es madurez. Y cuando uno está maduro, tranquilo, feliz consigo mismo, entonces, ese uno, puede darse. Porque para darse hay que tener y para tener hay que crear desde el interior.

Entonces amigos, colegas de trabajo, familiares, hombres y mujeres de tu vida, entonces, ellos te compartirán y te disfrutarán. Te darán esa enorme recompensa que es el amor de los otros. Pero sin renunciar a ti. Sin dejarte vaciar por el camino. Sin hipotecarte.

Sé que muchos leerán estas palabras sin entenderlas. Creyendo que son palabras de despechada: “Bah, las uvas están verdes” dijo la zorra.  Pensando que la pareja en completa sintonía, los abuelitos viejitos que se dan la mano a los 90 años y se mueren con una semana de diferencia uno del otro, es el colmo de lo más en felicidad. Pero, señores, a cada cual le hacen felices cosas muy diferentes y ¿sabéis que me hace feliz a mi? Pues yo.

Y mientras me llegan los 90 pienso disfrutarme mucho, quererme mucho, reírme de mi misma mucho, leerme, escucharme, visionarme. Y me encontraré con gente que me disfrute, me quiera, me ría, me lea, me escuche y me vea. Y si no tengo que firmar un contrato de por vida con esas personas, mejor. 

Porque el que obliga a firmar a otro está sentando las bases de la culpa futura. Yo lo he hecho “Si me quieres, entonces harás esto”. Y para culpas ya tenemos a otros. No jodamos más con el amor, por favor.

Feliz miércoles que huele a viernes